Dar gracias
No sabemos cómo dar bien las gracias, tememos que el otro no las reciba cómo esperamos, las retrasamos e incluso las evitamos como si fueran un signo de debilidad
Sin embargo, la psicología ya ha demostrado que decir “gracias” aumenta la felicidad, el bienestar e incluso los niveles de salud física y mental
Algunos acontecimientos se han precipitado. Hay que hacer cambios, respirar hondo, hacerse fuerte y mirar hacia delante. Podría ser una mudanza urgente, o un descalabro sentimental o una (ajena o propia) enfermedad. Seguro que se acuerda, lo ha sentido, en los momentos en que tuvo que hacer un esfuerzo extra en la vida hubo personas que lo hicieron con usted, que le ayudaron, y usted se sintió agradecido. La clave a día de hoy es si lo dijo, si se atrevió a expresar gracias y si, en los resultados obtenidos, no fueron sólo los demás quienes los propiciaron sino también usted, que no optó por una apatía -habitual cuando atenaza el miedo- que otorga a los demás la responsabilidad de nuestras vidas. Que la gratitud toma forma de terapia, casi de pastilla para la felicidad, y que además mejora la salud, lo demuestran numerosas y sesudas investigaciones realizadas en los últimos 20 años. (pues el auge de la psicología positiva y la creciente necesidad de reducir la ansiedad y la depresión en las sociedades contemporáneas ha fomentado que la ciencia estudie al detalle todo aquello que, siendo innato, sirve para mejorar nuestro ánimo). Y la gratitud es hoy la estrella de la investigación psicológica porque, en la actualidad, más que nunca antes en la Historia, los humanos brillan «por su materialismo, su egoísmo y, al mismo tiempo, por su ansia de felicidad».
¿Pero cómo hacerlo? Defiende el psicólogo José Carrión, que trabaja en el gabinete madrileño Cinteco y se declara «intensamente interesado» en la práctica del agradecimiento y cuyo entrenamiento pone en práctica -lo fomenta- entre sus pacientes, que, por lo pronto, «la gratitud es cosa de valientes». Esto lo demuestra también el cariz de la investigación más reciente realizada sobre el asunto, publicada el pasado septiembre por Amit Kumar y Nicholas Epley, investigadores ambos -ojo- de la Escuela de Negocios de la Universidad de Chicago. Primera deducción: la gratitud sirve en casa, con la familia y con los amigos pero también en el trabajo y a la hora de hacer… quien dice negocios dice incluso dinero. Según los resultados, «expresar agradecimiento mejora el bienestar tanto del que da las gracias como del que las recibe» y como problema principal se identificó un «egocentrismo que hace que sistemáticamente uno infravalore el impacto positivo que puede tener en los demás» que les demos las gracias. Y es así cómo uno se va callando, de puro ego, su propia bondad. También es un sentimiento -o emoción- ligado históricamente a la religión. Hay quienes sienten profunda necesidad de dar gracias a Dios, o a la naturaleza, por todo lo bueno -e incluso lo malo- que les sucede. Sienten esa paz. Tres letras que condensan prácticamente toda necesidad pero ese salto al abismo del que hablaba Carrión, esa valentía, sólo es posible cuando -así también lo defienden sus estudiosos- la gratitud deja de ser emoción, deja de ser incluso sentimiento, y se convierte en acción. La gesta tiene efectos incluso en la actividad neuronal. El informe más reciente al respecto lo firman Joel Wong y Joshua Brown, que trabajan en la universidad estadounidense de Indiana. Partiendo de la base de que «estudios anteriores ya habían demostrado que quienes agradecen son más felices y están menos deprimidos», decidieron centrarse en cómo ayudaba agradecer en aquéllos que están enfermos, ansiosos, deprimidos, depresivos… a quienes no pueden ya más con esto de vivir, en definitiva. Así que Wong y Brown se centraron, el año pasado, en ayudar a 300 estudiantes que, en su universidad, precisaban de ayuda psicológica, y les invitaron a escribir cartas de agradecimiento. Descubrieron que poner negro sobre blanco la gratitud «también funciona en aquéllos que luchan por su equilibrio psicológico». Un detalle significativo: aquéllos que escribieron esas cartas tendían no sólo a usar con mayor profusión el término «nosotros» antes que el «yo» manifestaban «levísimos signos de negatividad emocional».
Lo dice la psicóloga Rébecca Shankland, autora del volumen Los poderes de la gratitud (Plataforma Editorial), publicado recientemente: «En etapas difíciles, como la muerte de un ser querido, la gratitud puede desempeñar un papel importante; gratitud por todo lo que recibimos de esa persona, gratitud por quienes nos apoyaron en esa prueba y por las pequeñas cosas de la vida diaria que, poco a poco, vuelven a dar sentido a la vida». Pero no es éste un texto para terminar con el dolor de un duelo, por mucho que en ese momento también podamos ser agradecidos. Habrá que recordar, también, que la gratitud es la mejor de las virtudes como la ingratitud es el peor de los vicios, y que cuando uno está bien arriba, bien egocéntrico, es cuando más cuesta decir la palabrita. Lo hizo Albert Camus cuando ganó el Premio Nobel de Literatura, escribió una carta a su profesor de ídem en el colegio para darle las gracias: «Querido señor Germain, he esperado a que se apagase un poco el ruido que me ha rodeado estos días antes de hablarle de corazón (…), sin usted, sin su enseñanza y ejemplo, nada de esto hubiera sucedido». ¿Llegó hasta aquí? Pues se lo digo: muchas gracias.
Fuente: Diario El mundo.es
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