El reto de decir lo que piensas
En una velada con los padres de su novia, la mamá de ella le preguntó a Rolf si le había gustado la cena. El respondió: “Estuvo bien, pero otras veces ha salido mejor”. Rolf es alemán.
En un restaurant de Barcelona, mi prima llamó al mozo y le dijo: “Podría, por favor, traerme una coca-cola? A lo que él respondió de forma seca y tosca: ¿Cómo no voy a poder? Él era catalán.
Algunas veces en el encuentro con personas de otras culturas me he topado con esta forma de sinceridad. Y me sorprendí de notar que lo que para mí como peruana podría haber sido una falta de educación, para personas de otras sociedades se considera simple y llana franqueza. Se dice que los peruanos somos amables, pero que damos muchas vueltas a las cosas y no vamos al punto. Que usamos muchos diminutivos y que intentamos suavizar todo lo que decimos. Que no somos directos.
Decir lo que sentimos y queremos podría ser tan fácil y sin embargo no lo es. Tememos quedar mal, cuidamos de no herir al otro. Y entonces salen a escena la diplomacia y la hipocresía.
Cuando he comentado el tema con ellos, extranjeros, sus argumentos me han hecho darme cuenta de que tienen algo de razón. ¿Qué sentido tiene halagar una comida que en realidad no te ha gustado? Es decir ¿para qué decir algo que no es lo que pensamos?
Pertenecemos a una sociedad demasiado susceptible, donde si no me dicen lo que quiero escuchar, me resiento, me ofendo. Cuando en realidad el otro tiene derecho a tener una perspectiva distinta, a discrepar conmigo. A ser diferente.
Tema relevante en estos tiempos, dada la discusión que se sigue suscitando en torno a la libertad de expresión. Quizá decir lo que uno piensa en nuestro país asusta. Quizá parte de nuestra herencia colonial es vivir sintiendo que tenemos libertad limitada. Quizá la hipocresía ha sido por siglos una forma de sobrevivir en una realidad vulnerable. Quizá decir lo que pensamos es unacto de valientes. Y quizá sea el momento de darle a la sinceridad y a la vedad el lugar importante que les corresponde, sin sentirlas agresivas ni con falta de cariño, sino con la libertad y respeto, entendiendo que nos ayuda a madurar como individuos y como sociedad
Fuente: Natalia Parodi. Revista Viu
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